El cierre del Aquarium de Mar del Plata, ocurrido el pasado 31 de marzo, puso fin a más de 30 años de historia y dejó un gran signo de interrogación sobre el destino de los animales que formaban parte del emblemático parque. Delfines, lobos marinos, pingüinos, peces tropicales y aves marinas convivían en las instalaciones, muchas de las cuales estaban adaptadas para especies nacidas y criadas bajo cuidado humano.
La administración del parque confirmó que ya se puso en marcha un operativo para reubicar a los animales en distintas instituciones, tanto dentro como fuera del país. En particular, se anunció que los delfines —junto con sus crías nacidas en el lugar— serán trasladados a un oceanario en el Caribe. El proceso será gradual y bajo protocolos veterinarios estrictos, aunque no estuvo exento de polémica.
Distintas agrupaciones de defensa de los derechos animales manifestaron su disconformidad con que los ejemplares sean derivados a otros espacios de cautiverio. Para ellas, la alternativa ideal sería su traslado a santuarios especializados, donde los animales puedan vivir en un ambiente más cercano a su hábitat natural, libre de exhibiciones y rutinas impuestas.
Otro de los puntos sensibles del cierre es la desaparición del Centro de Rehabilitación de Fauna Marina que funcionaba dentro del complejo. Este centro cumplía un rol clave en la atención de especies heridas o enfermas que eran halladas en las costas de la región, y su continuidad ahora está en duda, ya que no contaba con financiamiento externo y dependía exclusivamente del funcionamiento del parque.
En paralelo, comenzaron las tareas de desmontaje de las estructuras. Una de las imágenes más simbólicas fue el retiro de los tres grandes delfines que adornaban la entrada del Aquarium, los cuales fueron trasladados al Bioparque Batán, donde permanecerán como recuerdo de uno de los atractivos turísticos más importantes que tuvo la ciudad. Mientras tanto, el futuro de los animales y del predio continúa siendo objeto de debate y atención pública.